(Por María Zubia del Barrio, psicóloga)
¿Alguna vez te ha ocurrido lo siguiente? Sientes como si te empujaran de un lado para otro en todas las direcciones a la vez, tu cabeza empieza a ir a mil por hora y parece que va a estallar, se te hace un nudo en el estómago cuando te pones a pensar cómo te las vas a ingeniar para atender las peticiones de todo el mundo, incluyendo las que te haces a ti mismo. Incluso el simple hecho de “tener que” salir a entrenar te supone un estrés añadido porque lo ves como otra obligación más que llevar a cabo y no tienes mucho tiempo para dedicarle. Te vuelves más irritable con los demás y especialmente con las personas que más quieres, que si bien ellas no tienen la culpa de nada, son el “saco” donde descargas todo ese malestar.
No es porque te pidan más cosas de lo habitual, sino porque son las que están más cerca. Duermes mal, te cuesta conciliar el sueño o en su defecto te desvelas a media noche pensando en la reunión que tienes al día siguiente, o los informes que se han quedado sin hacer. Y como estás cansado, sin energía y falta de tiempo, tampoco puedes disfrutar de la bicicleta como te gustaría.
Si has sufrido alguna vez estos síntomas, no estás solo. Se trata de uno de los grandes males del siglo XXI: el exceso de trabajo y el estrés.
Si te encuentras en una situación en la que hay más demandas que tiempo para atenderlas, debes tomar el control. Decide de forma realista lo que puedes hacer y a lo que te quieres comprometer. Seguramente pienses que puedes atender dos demandas del exterior, acudir a una reunión, atender a todas las llamadas y mails. Pero si sientes que el trabajo está absorbiéndote más de lo que debiera, tienes dos opciones: o buscar a alguien que te ayude, o no contestar. Lo más importante en estos casos es establecer un orden de prioridades y seguirlas a rajatabla, de lo contrario, muchas personas te chuparán la sangre pidiéndote algo pero que no te darán nada a cambio, que no se preocuparán por ti, o que no se darán cuenta de las dificultades que tienes para compaginar tu trabajo con los entrenamientos o la relación con las personas a las que quieres.
En todo este caos de falta de tiempo y energía, también ocurre que muchas personas se plantean los entrenamientos como algo obligatorio y primordial, y en ocasiones dejan de lado otros quehaceres que son más prioritarios por sacar más horas para andar en bici. Es cierto que ponerse objetivos deportivos y la ilusión por querer mejorar tu tiempo en la Miguel Indurain, o la de los Lagos de Covadonga o la QH es importante, pero ¿tanto como abandonar parte de las obligaciones diarias? ¿Acaso te ganas la vida corriendo clásicas?
Un poco de exceso de trabajo, o incluso mucho, de vez en cuando no es malo, ni te va a matar. Pero si este modo de vida se prolonga en el tiempo, el estrés continuo puede destruir tu salud, tu rendimiento y tus relaciones sociales.
Como decía antes, para evitar el exceso de trabajo, lo primero que tienes que hacer es pensar en tus prioridades. Piensa en las siguientes cuestiones:
– ¿Cuáles son tus prioridades en este momento de tu vida?
– ¿Qué prioridades tienes para hoy en la actividad que desarrollas?
– ¿Cuáles son hoy tus prioridades fuera del trabajo?
– ¿Cuántas actividades extras puedes aceptar y atender con calidad y concentración?
Lo primero que deberías hacer para combatir ese desequilibrio existente es disponer de un plan para prevenir ese exceso de trabajo que no te deja funcionar con normalidad. Establece unas normas para asegurarte que dispones del tiempo suficiente para el descanso, tus entrenamientos y para disfrutar de la vida. Y no te olvides de estas reglas bajo ningún concepto. Aunque te parezca increíble, puedes hacer un trabajo de calidad en menos tiempo si has descansado bien y tu estado mental es positivo.
Preocuparse por la fecha en que se termina un plazo, llegar tarde a una reunión o querer sacar 3 horas diarias para entrenar por no estar preparado para algo, consume mucha energía, te descentra de tus tareas y te produce estrés. Intenta sobrestimar el tiempo que te va a llevar hacer una tarea y márcate objetivos a corto plazo para que no te sorprendan las fechas en las que terminan los plazos. Cuando tengas una cita, intenta salir diez minutos antes de lo que tenías previsto, seguro que apuras hasta el último segundo del reloj para salir a la cita. En el caso de la bici ten en cuenta que es una afición y que, por tanto, debe realizarse por placer, y cuanto más te obsesiones por sacar tiempo, más estrés te va a causar y peor será tu rendimiento final. Recuerda que si no dispones de mucho tiempo puedes combinar entrenamientos más cortos y específicos entre semana y con hacer kilometraje largo el fin de semana. Pero, por lo que más quieras: que entrenar sea tu válvula de escape, no otra preocupación añadida.
Antes de decir “sí” a algo que va a suponer una carga adicional en el escaso tiempo de que dispones, piensa cuál va a ser la ganancia que vas a obtener y cuál el coste a cambio, en términos de coste y energía. ¿Compensa? Cuando aceptes un compromiso, di claramente el tiempo que dispones, a qué te comprometes y a qué no. Antes de decir que “sí”, piénsatelo dos veces, pon tus condiciones y comprueba que los demás las aceptan.
Si estás en duda entre hacer algo o no, he aquí un consejo: no lo hagas. No creas que ese hecho hará que te sientas más realizado y tampoco vas a ganar un extra en calidad de vida. Todo lo contrario. Será mejor para ti en cuanto a disponer de más tiempo para hacer aquello que tanto te gusta: ¿andar en bici?, ¿salir con tus amigos o tú pareja?, ¿leer un libro? ¿Acaso es más importante el trabajo extra que estos pequeños placeres? Recuerda que son los pequeños detalles los que hacen que la vida sea mucho más apetecible y valiosa. Sólo tienes una vida, y si en lugar de disfrutar de esos ratos libres te los pasas trabajando sin parar, ¿cuándo la vas a disfrutar? Me viene a la cabeza una historia que leí al doctor Jorge Bucay que me gustaría compartir con todos vosotros. Se titula “El Buscador”.
“Esta es la historia de un buscador, que un buen día sintió la corazonada de tener que ir a un pueblo lejano llamado Kammir. Él había aprendido a hacer caso riguroso a esas sensaciones que venían de un lugar desconocido de sí mismo, así que dejó todo y partió. Cuando llevaba varios días de trayecto sin apenas descansar, vio una colina que le llamó la atención y decidió acercarse a aquel lugar. Empezó a caminar lentamente entre las piedras blancas y descubrió, sobre una de las piedras, aquella inscripción… “Abedul Tare, vivió 8 años, 6 meses, 2 semanas y 3 días”. Se sobrecogió un poco al darse cuenta de que esa piedra no era simplemente una piedra. Era una lápida, sintió pena al pensar que un niño de tan corta edad estaba enterrado en ese lugar… Mirando a su alrededor, se dio cuenta de que aquel lugar era un cementerio y cada piedra una lápida. Todas tenían inscripciones similares: un nombre y el tiempo de vida exacto del muerto, pero lo que lo contactó con el espanto, fue comprobar que, el que más tiempo había vivido, apenas sobrepasaba 11 años. Embargado por un dolor terrible, se sentó y se puso a llorar. El cuidador del cementerio pasaba por ahí y le preguntó si lloraba por algún familiar.
– No, ningún familiar – dijo el buscador – ¿Qué pasa con este pueblo?, ¿Qué cosa tan terrible hay en esta ciudad? ¿Por qué tantos niños muertos enterrados en este lugar?
El anciano sonrió y dijo: -Puede usted serenarse, no hay tal maldición, lo que pasa es que aquí tenemos la costumbre de que cuando un joven cumple 15 años, sus padres le regalan una libreta, y es tradición entre nosotros que, a partir de allí, cada vez que uno disfruta intensamente de algo, abre la libreta y anota en ella: a la izquierda qué fue lo disfrutado…, a la derecha, cuanto tiempo duró ese gozo. ¿Conoció a su novia y se enamoró de ella? ¿Cuánto tiempo duró esa pasión enorme y el placer de conocerla?… ¿Una semana?, ¿dos?, Y después… la emoción del primer beso, ¿Cuánto duró?, ¿El minuto y medio del beso?, ¿Dos días?, ¿Cuánto duró el disfrutar de estas situaciones?… ¿horas?, ¿días?… Así vamos anotando en la libreta cada momento, cuando alguien se muere, es nuestra costumbre abrir su libreta y sumar el tiempo de lo disfrutado, para escribirlo sobre su tumba. Porque ese es, para nosotros, el único y verdadero tiempo vivido”
Y ahora pregúntate: si sigues con tu ritmo de vida actual ¿Cuánto tiempo crees que sumaría tu libreta?